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He tenido la oportunidad de trabajar en, para y con otras agencias y clientes de diferentes tamaños, desde el que manda a su asistente a ver que todo esté listo antes de llegar y así no perder ni un minuto en ver que conecten los cables, hasta el que te cita en un café porque aún no tiene oficina.
Los dos extremos me gustan, me parecen importantes y con retos distintos (empezando por los sistemas de facturación), y los dos nos contratan por algo en específico: Creatividad Aplicada.
Cuando trabajaba en una agencia mediana, siempre cuestionaba la importancia de la creatividad en su modelo de negocio, y después de varias presentaciones en las que pasaba el 70% del tiempo callado y asintiendo con la cabeza, el 10% contando chistes para romper el hielo y el 20% hablando de las ideas, me di cuenta que ahí estaba la respuesta: las presentaciones.
Más o menos 150 slides, empezando por la danza de la seducción del pavorreal para presentar a la agencia y después explicar con detalle quirúrgico quién es el target, hábitos, estudios de mercado, interpretaciones, porcentajes, ejemplos, inversiones: un preámbulo más largo que cualquier canción de progresivo para llegar a lo que estaban pagando.
Presentar una idea es algo emocionante, es el plato principal de cualquier cena y debe ser tratado como tal. Si llenamos al comensal con pan, mantequilla y cacahuates, cuando le sirvamos el filete a lo mejor sólo se come un bocado.
Soy hater de muchas cosas: los tamales, el emprendimiento sin sentido, la trova, la superación personal, los mocasines, The Killers, U2, Selena y, sobre todo, el choro mareador.
Las presentaciones deben ser plataformas para vender una idea, sin distracciones, sin pan con mantequilla ni zanahorias en zigzag.
Porque nos contratan para darles buenas ideas, no para darles razones para contratarnos.
Hice un bonito dibujo de una presentación promedio:
Yuca Ávila
Twitter: @yucaavila
Instagram: @yucaavila
Me gustan los Dockers™. Todas las personas que me conocen lo saben. Pero también me gustan las motos y ni las personas que mejor me conocen lo sabían hasta hace poco.
Me gusta usar khakis y fajarme la camisa porque así me vestía mi mamá y de niño aprendí que vestir así era buena idea. Me gustan las motos, pero a diferencia de los pantalones casuales, nunca busqué una porque de niño aprendí que eran peligrosas.
Hoy sigo pensando que los Dockers™ son cómodos y que las motos son peligrosas, pero hace tiempo decidí que aunque a Yuca no le gustaran, usaría kakhis y que aunque a mi mamá no le gustaran, compraría una moto. Si antes mi felicidad al usar kakhis era superlativa, ahora que además ando en moto, me siento más pleno que nunca.
¿Cómo se ve un tipo que siempre está fajado arriba de una moto ruidosa hecha para volar? Raro.
Las primeras personas a las que les conté que había ido a una pista de motocross me veían extrañadas. Pero empecé a hacer esto cada vez con mayor frecuencia hasta que me volví un motociclista en toda la extensión de la palabra: las botas, las rodilleras, las coderas, el traje, los guantes, el casco, los googles, las caídas, las lesiones y la obsesión por subirme a la moto para acelerar otra vez.
Y así es como sucede la magia de la transformación. Las primeras veces que compartí fotografías o videos de mis fines de semana en moto, las personas a mi alrededor se confundían. Supongo que consideraban el motocross como la cosa más salvaje del mundo. Supongo que les costaba relacionar a la persona que ya era y que siempre habían conocido, con la persona que también siempre he sido pero que apenas desarrollaba esta nueva faceta.
Al principio me irritaba que a mi familia, a mis amigos y a mis compañeros de trabajo les costara trabajo imaginarme saltando sobre una moto, atascado a la mitad de un cerro o tomando felizmente los golpes que vienen incluidos en este deporte. Pero después entendí que la duda es natural cuando una persona o una organización te muestra una cara desconocida —sobre todo cuando se trata de una que parecía improbable.
Conforme afirmé que andar en moto era algo que me gustaba, que podía aprender a hacer cada vez mejor y que no planeaba dejar de hacer ya nunca más, me sentí más cómodo con este nuevo ingrediente que compone quién soy. Y una vez que la transformación estuvo terminada —cuando ya todos a mi alrededor asumieron que sí usaba Dockers™, pero también hacía motocross— entonces me sentí más completo.
Creo firmemente que tanto las personas como las organizaciones debemos preguntarnos quiénes somos y que la respuesta nunca está terminada. Creo que para encontrar nuestra razón de ser y trabajar para honrarla, es nuestra responsabilidad buscar en el fondo del corazón lo qué nos emociona, como personas y como equipos de trabajo. Algunas veces no será lo más común, otras veces no será lo más cómodo, puede resultar algo que nadie hubiera previsto, pero siempre será lo más útil para encontrar propósito y vivir una vida tan significativa como feliz.
No me imagino el resto de mi vida como publicista en el sentido tradicional de la palabra, tampoco veo a YuJo! en el futuro como una agencia publicitaria con la vocación tradicional de la industria. En cada Camp YuJo! nos acercamos un poco más a la forma que queremos adoptar y el propósito que queremos perseguir. Y aunque como organización nos estamos acercando a los primeros 10 años de vida y todavía no tenemos un único camino definido, estoy seguro de que la mejor forma de encontrarlo es reconocer cuáles son nuestros intereses más profundos, qué quisiéramos hacer a continuación y qué necesitamos aprender para lograrlo. Si después de mucho pensarlo, encontramos que son tamales y nos ven raro, no pasa nada.
Que la búsqueda de la mejor versión de nosotros mismos y de nuestras organizaciones continúe siempre.
¡BRAAAAP!
Joel Gutiérrez
Twitter: @thewowisnow
Instagram: thewowisnow
No sé qué tan old fashion sea, pero es la primera vez que me leen este blog, y me quiero presentar, aunque sea medio vago: soy Rocío. Tengo 24 años, me encantan los animales, las series malas, y no me gusta manejar. Entré a trabajar a YuJo! hace unos meses y, otra vez, me tocó ser “la nueva” y más o menos, de eso se trata esta nota.
He trabajado en muchos lugares, quince para ser exacta. Casi siempre de mesera y otros trabajos que, la verdad, no duraron mucho.
Ser “la nueva” es un rol que no se juega a la ligera. Está lleno de retos, porque hasta lo más cotidiano es nuevo, tienes que acoplarte a un nuevo ambiente completamente desconocido, a reglas muy establecidas y explícitas, y —las peores—, las implícitas, que sólo las puedes descubrir con el paso del tiempo. Tienes que probar que no se equivocaron al contratarte y que de hecho eres buena en lo que haces.
Si a todo lo que implica ser nuevo o nueva, le sumas mi personalidad que siempre tiende a la ansiedad y al overthinking, los invito a la experiencia más tortuosa del mundo, con pensamientos ininterrumpidos como: “Rocío, deja de tomar agua porque es la tercera vez que te paras al baño y no es ni la 1:00, qué pena, seguro todos ya se enfadaron de verte pasar”, “¿olerá mucho mi comida de hoy cuando la caliente en el microondas? ¿Qué tal que luego todo huele a pescado y les da asco a todos? Mejor no comas, Rocío.” Y puro drama sin fundamento que hoy, estoy casi segura, nadie nota.
Pero no es sólo eso. Cada empleo ha traído su respectivo jefe, y cada jefe, su respectiva personalidad. Y yo los he tenido de todo tipo, hasta aquel hombre ya muy mayor de la India, que con un inglés casi incomprensible me gritaba algo así como “¡HO-WUO-AH!” y mucho tardé en entender que quería que usara agua caliente para limpiar ese mantel. Evidentemente, fue el trabajo en el que menos tiempo duré, empatado con el que, “por ser hostess” necesariamente tenía que usar tacones y, entre el dolor de pies y el feminismo que llevo muy dentro, renuncié al tercer día.
Haber trabajado en lugares tan diferentes hizo que fuera capaz de hacer un juicio no tan impreciso del lugar en el que me ofrecen o busco laborar, de valorar las cosas buenas, y darle la vuelta a las malas.
Sí, ya estoy cansada de ser “la nueva”. Tengo todas mis intenciones puestas en no volver a serlo. Ahorita, no.
Rocío Valdez
Instagram: @rocio.vv
En orden cronológico: Teleperformance, Che Boludo, Opal, Bistro K, Breads Etcetera, Cafetería del HO WUO AH, Il Diavolo, Quilombo, La Nacional/Vago, Gorilaudiovisual, Sur, Almirante Pech, Gen Studio, 3D Word renderings y YuJo! Creatividad Aplicada.
Full disclosure: es la segunda vez que me toca escribir en el blog y la segunda vez que lo olvido y tengo que sacar el bombero al último instante.
Creo que realmente esto de elegir un tema para escribir algo me agobia un poco, y esto de dejarlo al final hace que instintivamente el tema surja como por instinto.
La nota anterior les hablé de la música que he estado escuchando mucho últimamente, y pues me parece que en esta ocasión seguiré por el mismo rumbo y hablaré de algo que ocupa mi tiempo libre igual que la música: libros.
Les voy a platicar acerca de los libros que he estado leyendo a últimas fechas:
1. El universo en tu mano, Christophe Galfard. Editado por Blackie Books.
Este libro está in-cre-í-ble. Dentro de mí habita un gran ñoño, que está fascinado los últimos años con la física —tan fascinado como puedo estar con algo que es extremadamente complejo y difícil de entender— y este libro es como una introducción muy básica a las partes esenciales de la física y lo que compone y hace funcionar a nuestra realidad y universo. Está escrito de manera muy pedagógica, divertida y con ejemplos muy fáciles de entender, por Christophe Galfard, quien aparentemente ha sido compañero de investigación de Stephen Hawking.
2. Robert Oppenheimer: A Life Inside the Center, por Ray Monk. Editado por Doubleday.
Más ñoñería. Esta es una biografía sobre el físico americano de origen judío Robert Oppenheimer. Estaba muy loco. Estaba muy acomplejado. Fue parte del Proyecto Manhattan que permitió la creación de la bomba nuclear. El buen Robert fue parte central de este estudio en el cual participó con muchísima investigación y mucho, mucho trabajo. Muy interesante —y triste— su vida. Te permite observar cómo la necesidad de aceptación y los complejos también pueden servir como motor de superación. Aunque quizás no lleguen a un puerto demasiado bueno los resultados, si nos basamos en el ejemplo de él propiamente.
3. Ultraviolencia, Miguel Noguera. Editado por Blackie Books.
Este aún lo sigo leyendo. Desde su formato, el libro me encantó. Aunque para ser totalmente franco, desde el título me atrapó sin tener idea del formato o contenidos. No sé cuál sería la forma más certera de describirlo —no es un cómic, no es una novela gráfica, no es un libro ilustrado— lo que sí es: una serie de ideas, conceptos o compilación de mamarrachadas, la gran mayoría acompañadas de un pequeño garabato ilustrativo. Parece que alguien de mis amigos cercanos se dio a la tarea de compilar las tonterías de las que hablamos ya happys o un poquito pachecos. Es absurdo tras absurdo. Hasta que las cosas son tan absurdas que logras encontrar algo profundo y significativo en ellas. ¿Eso tiene sentido?
Este libro lo he estado leyendo usualmente en las noches antes de ir a la cama y es una gran manera de irse a dormir feliz. Establece ideas tan, pero tan ridículas, y aparentemente imposibles e ilógicas, que me han sacado en más de una ocasión carcajadas enormes.
4. Modern Romance, Aziz Anzari. Editado por Penguin.
Empecemos por decir que de tantos y tantos comediantes que he idolatrado a lo largo de mi vida (saludos, Tina Fey <3, Louis C.K., Jerry Seinfeld, Richard Pryor, Will Ferrell, George Carlin, etc.) es el único del que he leído un libro (si exceptuamos el que leí de Woody Allen, porque pues quién sabe qué tan comediante sea o no). Este muchacho Aziz, desde Parks & Recreation ya me botaba de risa, sus stand-ups, aunque un poco muy gringotes, también me daban risa, pero con Master of None me ha hablado directamente como muchos otros no lo habían hecho. Tan así fue, que después de la magistral última temporada *sigh Franchesca* no tuve otra alternativa que comprar este libro de inmediato. Con su estilo desenfadado y millennial, pero sobre todo con su claridad de criterio y mordaz crítica, hace un análisis del siempre presente romance en nuestras vidas, todo a través del mundo cínico, digital e inmediato que hemos construido para nuestra generación. Aún voy a medias, pero sí lo recomiendo.
Es todo, nos leemos a la próxima entrega en donde seguramente les hablaré sobre las pelis que he visto recientemente a falta de que se me ocurra otra cosa y prevenga mi turno para escribir.
¡Ah, como post data y antes que lo olvide! Cualquier cosa que compren de Blackie Books es una garantía. Soy extremadamente fan.
Beto López
Instagram: tipobe
Facebook: betoloptri
Las cosas más bonitas pasan cuando somos conscientes de lo insignificantes y pasajeros que somos para el universo.
Y aún así decidimos creernos (querernos).
Andrea Odelap
Instagram: @andreaodelap
Vimeo: @andreaodelap
Cuando era niña, soñaba con ser dentista como mis papás, pero un día decidí que siempre no, y mi mamá me preguntó por qué cambié de parecer y le dije algo así como “porque no quiero estar encerrada en un consultorio toda mi vida”.
Al parecer, desde que le dije eso me estaba brotando lo millennial, y creo que lo que buscaba decir era que no quería vivir en una rutina deprimente, quería ser un alma libre, empoderada y sin ataduras toda mi vida.
Bueno, amigos: gran calladón de hocico que me dio la vida, pues aunque cambié de giro drásticamente, ahora estoy aquí, cumpliendo un horario corrido desde que me despierto hasta que ya me quiero ir a dormir.
A veces me pregunto si pasar nueve horas sentada frente a la computadora en el mismo lugar es lo que quiero para mí, y aunque cada que me cuestiono tengo respuestas distintas, siempre el problema surge en que soy una Millennial de Oficina.
Aunque nuestra generación no ha sido la única que quiere aplicar el “5 minutos más”, o que ha tenido la necesidad de sacar la licencia de manejar en miércoles, sí creo que hemos sido la más inconforme con las reglas de trabajo ya establecidas, social y legalmente, desde hace muchísimos años.
Algo de cierto hay en los artículos que me manda mi mamá sobre los millennials: que no se quieren casar, que no quieren tener hijos, que no quieren comprar casa, que se quieren ir a otros países, que quieren tener más vacaciones, menos responsabilidades y ganar más dinero para viajar. Pero también creo que somos una generación más consciente, que se cuestiona el porqué de las cosas y no las acepta simplemente porque así se han hecho desde antes que nosotros.
Por eso hoy me doy la libertad de opinar sobre esto, pues me siento en el punto medio de todos estos estereotipos del millennial, aquellos con los que me identifico: soy una mujer feminista, que trabaja, casada a los 24 años, que no quiere tener hijos, ni tiene planes de comprar una casa.
Antes de entrar a YuJo!, nunca había estado en una empresa de horarios establecidos con las responsabilidades que tengo ahora. Al principio me costó adaptarme, sin embargo poco a poco YuJo! también se adaptó a mí, y a la invasión millennial que lo obligó a cambiar su apellido a “Creatividad Millennial” (aysí), y —hasta ahora— ya tenemos un día de home office de vez en cuando y los viernes salimos temprano.
En conclusión, creo que, por nuestro bien y aunque no nos guste, hay trabajos que tienen la necesidad, todavía, de ser presenciales para poder colaborar en equipo y, sobre todo, para seguir teniendo relaciones interpersonales sanas y no poner a nuestra bellísima (pero destructiva) especie en peligro de extinción (aysí).
Creo que nos toca a nosotros, los millennials, construir el espacio de trabajo ideal que se adapte a nosotros y nosotros a él, sin tener que comprometer nuestras nuevas necesidades y sin tener miedo de ser parte del “sistema” al que tanto nos negamos. Nos toca crear empresas donde no tengamos miedo si tres días a la semana son home office; o empresas donde no temamos trabajar medio día en oficina, y si es necesario, lo demás en casa; empresas que midan por objetivos y no por horas-nalga. Porque, si algo nos han demostrado los que escriben esos artículos en contra de la nueva generación, los que tienen empresas hoy, no se van a arriesgar a transformar su estructura.
Así es que, amigos millennial, no tengan miedo a construir un espacio de trabajo presencial y responsable, donde los proyectos personales y las necesidades de tiempo de todos quepan.
Y amigos Gen X y baby boomers: prepárense, que la invasión zombie se queda corta con la millennial y tendremos que aprender a convivir, trabajar y crecer juntos para todos ser felices.
Saludos,
La Viejona.
P.D. Chuchis: te voy a extrañar.
Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a una mesa de diálogo organizada por EmergeMx bajo la temática “La nueva aula de diseño”, a la cual invitaron exclusivamente a 5 “jóvenes” profesores que actualmente imparten la licenciatura de diseño industrial en Jalisco.
Por ser profesor, y sentirme con la obligación de mejorar la manera en que imparto mi clase Diseño Estratégico IV, me llamó la atención el tema que se veía prometedor e interesante pero, sobre todo, útil.
Con poco tiempo de haber empezado el evento me percaté que el tema central no estaba tan claro. Algunas respuestas, preguntas de asistentes y comentarios que escuchaba me dejaban de WTF?, y no, me mal interpreten, la intención del evento me parece excelente. Desafortunadamente, tanto los panelistas como el moderador olvidaron por mucho rato la finalidad del mismo. Todo lo interesante se había diluido con una charla cualquiera de bar; la mayoría comentó sin dar ideas claras y mucho menos un ideal. De hecho, no se habló del aula hasta casi el final y porque un maestro les recordó: “Está muy bien lo que dicen, pero me gustaría escuchar cuáles son sus propuestas de la nueva aula de diseño.”
El panel, asombrado, decía que era muy buena pregunta, mientras yo pensaba que por fin escucharíamos esas propuestas. Para mi sorpresa, la nueva aula era sólo una clase buena onda y desenfadada, aunque con poco aprendizaje. Los comentarios variaron entre opiniones y experiencias propias, incluido un osado decía tener La Respuesta, aunque para mí el mejor fue quien simplemente, y ante poco tiempo, prefirió no contestar.
Como quien dice, no se dijo nada.
Al término del evento tenía muchas ganas de debatir y sugerir mejoras; malamente me sentía como cuando pasas a la “secu” y ves a los de primaria como bebés. Después de todo, 8 años como docente me han dejado muchas lecciones que compartir. El timbre ya sonó, vamos tarde y corriendo, además no traigo manzana pero sí un lápiz y un cuaderno; las ganas nos sobran, y sin importar la edad, todos —tarde o temprano— aprendemos unos de otros.
Maestros, yo sí hice mi tarea. Acá les dejo un poco de lo que pienso podría ser, entre muchas cosas más, “la nueva aula de diseño”:
- Pensamiento crítico. A mi parecer, uno de los pilares más importantes en la educación del diseñador es el por y para qué, el objetivo no sólo del proceso de diseño si no de un mismo producto ya terminado y en uso. Mejorar es una constante.
- El ego es un arma de doble filo. Es todo un tema a discutir, no se da por hecho, hay que entenderlo y manejarlo con consciencia y madurez.
- La clase posee la libertad de generar sus propias reglas en conjunto (alumnos y maestro) con la finalidad de mantener un orden y aprovechamiento del tiempo y el aprendizaje.
- El error como método. Hay miles de métodos, pero pocos privilegian al error como resultado de un problema de diseño. Es un motor que, lejos de marcar un alto, deberá incitar a seguir.
- Trabajo en equipo: enseñar cómo colaborar, desde la selección de talentos hasta la planificación y ejecución del proyecto mismo dará herramientas.
- Igual te enseña un niño que un adulto o un abuelo; las lecciones vienen de todo y de todos. Simplemente hay que invitarlos y recibirlos oportunamente.
- Anhelo tener clases con diferentes profesionistas alrededor del mundo. La tecnología ya nos lo permite desde hace algunos años, pero las instituciones no han logrado desaparecer esos límites del colegio para establecer contacto con diferentes mentes que no necesariamente son profesores, sino profesionistas que ejercen el diseño día con día. Basta con echar un vistazo a lo que hace Skillshare o Domestika y las pocas oportunidades de becas y posibilidades económicas para estudiar en el extranjero.
- No hay “barcos”, sólo personas que queremos aprender.
- No hay banderas. No se trata del TEC, ITESO, UdeG, etc. Se trata del alumno y el profesor, del aprendizaje y las ganas de que evolucione y mejore la carrera, licenciatura o como quieran llamarle.
- Todos recibimos nota; se califica a los alumnos, profesores y directivos bajo un listado de criterios que determinen los involucrados, siempre buscando ser justos, detectando y resolviendo los problemas a tiempo.
- NRDA. Si vamos a debatir, entonces habría que asegurarnos de tener a todos los protagonistas como invitados. Necesitamos estar al menos los alumnos, maestros, directivos e idealmente ex alumnos. Todos y cada uno pueden aportar y exponer nuevos retos e ideas creativas.
Amigos: sumemos opiniones, hagamos escuela.
Tarea por:
www.rincondelvago.com®
Tito
IG: titorama
TMBLR: brandingdong
Nunca he rechazado una taza de café
Puede ser la 1am y si alguien me ofrece un espresso doble lo voy a aceptar.
¿Y qué les voy a decir? Si desde los 15 años me enseñaron a tomarlo: sin leche, ni una pizca de azúcar, oscuro y amargo, justo como mi corazón.
Los años (muchos o pocos, según quién lo vea), me han enseñado que nada habla de un lugar como su café; por eso en entrevistas y juntas con clientes espero que me ofrezcan una tacita para poder juzgar a gusto.
Mi primer trabajo —en una revista de moda digital— el café era de Starbucks, con crema batida y chispas de chocolate. Era un trabajo donde me validaron el servicio social, así que la bebida era tan informal como mis actividades.
La primera agencia en la que trabajé le agarró el rush del crecimiento y, junto con las nuevas contrataciones, compraron una cafetera industrial. De esas grises gigantescas para “alimentar” a todo el nuevo personal. Ésta quemaba el café y nos las arreglamos para descomponerla a la semana, por lo que regresamos a la pequeña cafetera de diez tazas, al mismo tiempo que las nuevas contrataciones comenzaron a marcharse. En fin, muchas expectativas cortadas.
Cuando cambié a una agencia grande, “LA agencia” —con bombo y platillo—, me encontré con café amargo que era recalentado a lo largo del día y, aunque soportable, siempre tenías que dejar tu taza varios sorbos antes de terminarla o inevitablemente tragabas la incipiente, y por alguna razón gruesa, molienda del café que siempre se colaba, y que te hacía tener un mal sabor de boca todo el día.
Ahora me encuentro con que el café es un ritual que se construye entre todos, y por el que recibes una amplia asesoría para que quede de acuerdo al gusto general. Tus compañeros son tus atentos guías, pues saben que, de fracasar, todos nos quedamos sin cafeína: “siete cucharadas para la prensa”, “muele el grano más fino”, "¿quién quiere?”.
A veces haces sacrificios, te ofreces a hacer dos prensas francesas, llenas tu taza a la mitad para que el café alcance para todos y no hay un batch listo las 24 horas, pero cuando lo hay, es un momento de verdadero disfrute.
Ya sea llegando en la mañana, a media tarde para matar el mal del puerco, una excusa para compartir algo o para conversar por encima del ruido del molino... Sin importar el momento, esas tacitas nos acompañan en la vida, y hoy de ésta sí me sirvo otra taza.
Fabiola Meza
Instagram: @fabiola_meza
Twitter: @fabiola_meza
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