Todos los días se levanta, cubierta por la oscuridad de la noche, a regar las plantas que adornan su jardín. Sus pies se hunden en la tierra húmeda mientras se abre camino por entre las macetas. En la penumbra, prepara sus pequeños frascos de vidrio que contienen líquidos de distintos colores y gira el letrero que lee “cerrado” hacia “abierto”.
Tanto los aldeanos del pueblo como viajeros cansados visitan su botica y les envuelve un agradable olor a té con miel, como un cálido abrazo de abuela. Una vez dentro, buscan ungüentos y pociones que puedan ayudarles en sus viajes o curar sus enfermedades. Su jardín, lleno de toda clase de plantas medicinales, es el que provee los suministros para sus encantamientos.
Pero los niños del lugar saben que esta vieja bruja no es de fiar, y rezongan o se esconden cuando sus padres piden que los acompañen a su vieja casa en el bosque. Pues por las noches, desde aquella alejada vivienda, se pueden escuchar vagos lamentos y llantos de auxilio.
Nadie nunca se ha atrevido a revisar el jardín de la Abuela Bruja y no se sabe a ciencia cierta lo que puede ocultar ese viejo y oscuro lugar. Pero una cosa sí se sabe, y es que si por alguna razón la haces enojar, la vieja Bruja tomará su bastón y una planta más aparecerá.
*Ilustración de Lieke Van der Horst
Marianne Dieguez
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