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2 agosto, 2018 - No Comments!

Somos buenas ondas | Yuca, el ñoño

Seguramente era 1992 o ¿1993? Medio día, un verano más en casa de mis abuelos, en Jardín Balbuena, CDMX.

La oferta televisiva era tan mala, que daba igual que sólo tuvieran un aparato para seis miembros de la familia: nadie peleaba por él. Mis papás estaban en Mérida disfrutando tener a sus hijos, de once y nueve años, a más de mil kilómetros de distancia; la abuela cocinaba algún capricho; el abuelo, en su peluquería; mis tíos estudiando o trabajando, y los pequeños hermanos Ávila tan aburridos como si supiéramos que todavía faltaban siete años para que nos pusieran internet en la casa.

Enfadado de ver infomerciales, y sin ganas de ir al parque, me puse a husmear fotos viejas y revistas en un mueble, entre libros de las carreras que estudiaron mi mamá y mis tíos, de medicina, química, odontología, administración. Recuerdo perfecto cuando vi ¡Extra! Contenido: México de carne y hueso, La época de esplendor.  La portada era una ilustración a color de unos voladores de Papantla, y lo primero que vi al abrirla fue un óleo antiguo de una guerra, bastante sangriento. Me atrapó.

Comí leyendo esa revista y mi abuelo me enseñó que tenía guardadas varias más: “Cortés vs Moctezuma”, “ Cortés vs Cuahutémoc”,  “Criollos vs Gachupines”, “El Santanismo”, “El Maderismo”, “El Carrancismo”,  “Los años recientes” (con Echeverría y Díaz Ordaz en la portada, jaja), y los devoré también.

 

Ese verano, y algunos que le siguieron, me obsesioné con la historia. Fui a muchos museos, especialmente el de antropología. Me voló el cerebro cuando mi abuelo me dijo que los gigantes de Tula eran realmente astronautas, y en la escuela me sabía cada dato y anécdota sin abrir el libro. Me parecían fascinantes las anécdotas de dioses, traiciones, conquistas, asesinatos, sangre y misterio con un poco ciencia ficción, alimentada en gran parte por mi abuelo, que no dudó en regalarme su colección de revistas.

No sé si fue la muerte de mi abuelo pocos años después, el pésimo maestro de historia en la secundaria —que hizo de un Game of Thrones en potencia un canal del congreso—, o la maldita y horrible pubertad, pero perdí esa pasión por la historia.

Las revistas se desintegraron entre mudanzas de ciudad, casa, termitas e independencia. Me quedé con muchos datos que suelo aportar cuando se habla de historia, un gusto extraño por hojear publicaciones viejas y disfrutar los anuncios de cosas que ya no venden y, sobre todo, un gran recuerdo de cuando devoré una colección de revistas en un verano, como si fuera una serie de Netflix.

 

Yuca Ávila

Twitter: @yucaavila

Instagram: @yucaavila


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