El mundo funciona de la siguiente manera: un tipo se despierta de malas una mañana y es posible que muchas cosas le salgan mal. Su solución consiste en echarle el auto encima a quien se le atraviese; negarle el paso a una señora que quiere cruzar la calle e, incluso, borrar de una vez por todas a los enfadosos que inundan su muro de Facebook con postales de mensajes positivos.
Pero no se necesita ser un amargado absoluto para despreciar los mensajes con que nos bombardean camino al trabajo. Como si a un refresco le importara tu bienestar (¿entonces por qué son tan dañinos al cuerpo?), o a una ropa de marca le preocupara la equidad de género (¿por qué sus modelos, mujeres, tienen que aparecer en ropa interior?), o a una librería le interesara, en serio, que la gente leyera más y mejor literatura (¿por qué le dan preponderancia en sus sucursales a libros de soluciones fáciles y romances mediocres?). Todo el tiempo nos están hablando: "cree", "sueña", "logra tus metas"; y en el fondo dicen: "compra", "compra", "compra".
Y lo intentan todo: contratan a tu personaje favorito y lo hacen hablar su lenguaje para que te guste. Te comparten por Facebook una postal chistosa, porque en ese momento es chistoso un imbécil que le dice "papayas" a las chicas que se ligará con su trajecito trucutrú. Pagan para que sus meses sin intereses inunden tu pantalla, interrumpan tu música o te amarguen el inicio de una película.
¿A quién le gusta la mercadotecnia? A nadie. Tiene lo mismo de honesto que cualquier político.
Hasta que un día, das vuelta en el pasillo de las golosinas y te encuentras con aquel que creías perdido, esa magdalena de Proust que, con sólo verlo, te inundó de recuerdos de la infancia mientras estabas como tonto ahí en medio de la tienda, bloquéndole el paso a todos.
O cuando te compartieron un teaser con una promesa enorme: "Chewie, we're home" y los ojos se te llenaron de lágrimas, pero no sólo a ti: a tus compañeros que vieron el monitor al mismo tiempo que tú, al otro lado de la cuadra o a miles de kilómetros de distancia.
Hasta que un día, una marca (producto, nombre, personalidad, grandes etcéteras) da en el clavo y tumba la pared de tu recio corazón, dándote justo en el talón de Aquiles. Entonces compraste, compartiste, volviste a comer, bebiste, vestiste y te dejaste abrazar por eso que en verdad te gusta, porque te habla directo.
¿A poco no sonreíste más de una vez gracias a un anuncio, campaña, relanzamiento, concierto o película?
No te hagas: dale gracias por tus sonrisas a la mercadotecnia (bien hecha).
Abril Ambriz Posas
Twitter: @ladyprovolone
Tumblr: ladyprovolone
Instagram: @ladyprovolone