Desde que empecé a aceptar mi vida de adultez, hago malabares entre el trabajo, mi pareja, pasear a nuestros perros, hacer yoga, comer saludable, ver a la familia, salir con los amigos, y ahhh… mi gran pasión (además de diseñar): la música.
Empecé a aprender a tocar la guitarra a los 16 años, y digo que empecé a aprender porque aún me siento muy básica en cuanto a mi conocimiento musical. Mi hermano tenía una guitarra acústica viejita y rota, la agarraba en su ausencia para tratar de tocar las canciones más emo que escuchaba en ese momento. Un vecino me enseñó lo básico; él siempre salía en la noche a tocar canciones de los Pixies y Nirvana afuera del kinder que estaba frente a nuestra casa. Gracias a él, aprendí algunas de ésas. Después, un amigo de la secundaria me enseñó más sobre teoría, mientras yo trataba de sacar canciones con tablaturas de Internet.
Ya que medio podía sacar algunos acordes, empecé a tocar con unas amigas; nos llamábamos Lavamatic. Después, toqué casi 8 años con una banda que se llamó Hey Chica!, y ahora estoy en dos proyectos, aún sin nombre. No crean que mi intención es escribir mi autobiografía musical, en realidad de lo que quiero hablar es de lo complicado que es para mí tener una pasión como ésta.
Lo complicado viene cuando quiero aprender nuevas técnicas, encerrarme a componer canciones o ensayar sin importar qué tan noche acabe, porque entonces tendría que agregarle varias horas al día para poder hacerlo. Tener una banda es un trabajo. Lo más importante para mí de éste es hacer canciones que nos gusten, pero si no queremos que los 4 integrantes seamos los únicos que escuchamos lo que hacemos, se tiene que pensar en distribución, redes sociales, diseño, fotos, mercancía y obviamente en salir a tocar. Gracias a lo poco (muy poco) que he experimentado de salir “de tour”, me parece que es lo más cansado del mundo. Tocar de jueves a domingo, y regresar el lunes a trabajar se siente como si hubieras ido crudo al gimnasio y te pusieran la rutina de algún atleta profesional.
En algún momento envidié muchísimo a los que viven de la música, pero sé lo difícil que es, y prefiero seguir en este equilibrio entre vivir del diseño y tocar. He llegado a pensar, “al diablo, ya mejor ahí muere”. Pero luego escucho canciones que me ponen la piel chinita, se me llena el corazón de emoción, me hacen mover los pies bajo el escritorio y recuerdo lo mucho que disfruto tocar, y luego ensayamos y me divierto como si tuviera 17 otra vez, y me digo a mí misma: por supuesto que no lo voy a abandonar.
Y es que no puede ser sólo un hobbie; no quiero que sea un hobbie. No quiero sentirme mediocre en la música. Tampoco quiero convertirme en ese cliché de película gringa, donde los señores tienen su bandita de covers y se juntan en un garage para jammear, tomar cerveza y olvidarse de sus deberes como padres de familia. O tal vez ya me estoy convirtiendo en ese cliché. Pero sólo quisiera seguir haciendo música, poder darme el tiempo para mejorar en mi instrumento, meterme al estudio a grabar con cada banda, y por supuesto salir a tocar, aunque sea los fines de semana. Sin prisas, sin presiones, sin contratos, sólo hacer lo que nos gusta, pero hacerlo bien. Y al mismo tiempo, poder seguir con mis deberes de adulto, ¿sí se puede verdad?
Díganme que sí se puede, por favor.
Jeka
Instagram: @jekaspita