Era el año de 1999.
El mundo se preparaba ante la llegada del Y2K, los chicos cool utilizaban gorras rojas con puffy jackets, los Backstreet Boys nos cantaban “Lo quiero de esa manera” y Will Smith ya tenía planeado su Willenium. Con todas esas señales, era inequívoco pensar que el mundo se acabaría exactamente el primer segundo del 2000.
Y en medio de todo eso, mis días transcurrían entre encontrar nuevos spots para skatear, practicar un truco una y otra vez, y buscar inspiración en videos de skate.
Es decir, el típico retrato de un skato adolescente.
El tiempo pasó como una estrella fugaz, y nuestro amor falleció… ehm, el punto es que hoy, transcurridos casi 20 años, el skateboarding, esa curiosa actividad que en su momento tuvo un papel importante en mi vida, volvió.
La universidad, otras responsabilidades y, sobretodo el tiempo, hicieron que arrumbara mi tabla en el clóset, donde celosamente me veía cada vez que sacaba alguna prenda. Fue entonces cuando Elías, un compilla aferrado del skate y colaborador de YuJo!, me propuso desempolvar esa tabla y los recuerdos.
Fuimos al Parque Ávila Camacho.
Aún recuerdo la última vez que visité ese skate park. No había monolitos sosteniendo y esperando el gran símbolo de la prosperidad en nuestra ciudad: el monoriel. Muchas viviendas han sido reemplazadas por negocios, y sobretodo, mis células se renovaban más velozmente.
Elías, con toda la confianza de alguien que nunca soltó la tabla, intentaba trucos temerarios en el cajón. Crooked grind shove it out. Frontside boardslide en el riel o un threesixty flip para calentar. Mientras, yo buscaba un lugar seguro para colocar mi teléfono y cartera.
Conforme la sesión avanzaba, la seguridad fue volviendo y varias preguntas me atacaron. ¿Cómo me atrevía a lanzarme a gran velocidad contra un bloque de concreto? ¿Cómo sobrevivía horas bajo el sol sin importarme nada? ¿Cómo me aferraba a intentar un truco una y otra vez hasta que salía?
Finalmente, llegó la primera caída. Al intentar dar una vuelta, la tabla giró más rápido de lo esperado y mi cuerpo se proyectó contra el pavimento. La primera protección fue mi muñeca. Estoy casi seguro que algo le pasó porque aún escribo estas líneas con cierta molestia, pero lo que siguió compensó todo.
Parte del espíritu skate es buscar retos en tu entorno. Fue así como encontramos un tronco y lo colocamos a la mitad de la pista. Primer acto: no llevaba suficiente velocidad para brincar el obstáculo. Segundo acto: llevaba demasiada velocidad para brincarlo. Tercer acto: me suspendí por el aire unas milésimas de segundo para un preciso ollie; tiempo suficiente para recordar la levedad de aquellos días en los que la mayor preocupación era terminar la guía derecho a examen de español.
Si la felicidad se presenta en muchas maneras e intensidades, para muchos esto puede ser sinónimo de una ida al centro comercial o una grandiosa comida con mucha bebida. ¿O qué tal esa sensación de entrar a la cama con sábanas limpias? Sin embargo, ésta también depende de saber apreciarla. Para mi Yo de hace casi 20 años era poder andar en la calle buscando el spot perfecto, sin necesidad de preocuparme por el celular o la cartera.
Gustavo Ramírez
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