A él [cliente] no le gustas tanto o de Cómo aprender a decir adiós
No es secreto: todas las relaciones -todas, dije- se pueden medir con la misma vara. Aunque los fines sean distintos (hacer un negocio, tener hijos, comprar un café, asegurar tu auto y otros etcétera), cuando se hace la propuesta de algún tipo de colaboración sufrimos las distintas etapas que también experimentamos en una relación amorosa. Es cliché, es gastado, es hasta inmoral de tan ordinario. Pero así es, también cuando trabajas con un cliente.
Todos tenemos una lista ideal de clientes. Una cartita a Santa Claus que se puede parecer a la de tu hermana, la cursi:
- Un cliente que no tenga miedo de un compromiso (es decir: que pague antes para poder producir)
- Un cliente que encuentre en ti lo necesario para crecer
- Y, por lo tanto, que tú también crezcas
- Un cliente que quiera estar a tu lado en las buenas y en las malas
- Un cliente que vea en ti todo lo que necesita
- Un cliente que, aunque no comparta todos tus gustos, sí los respete
- Un cliente que sea divertido, arriesgado, temerario
Sin embargo, como en el amor, toda expectativa debe encontrarse con una dosis de realidad. No se pueden tener todos los elementos, al menos no con el primer prospecto, y poco a poco nos damos cuenta de que lo que nos imaginamos que sería una relación de ensueño, se desmorona paso a paso.
Lo más importante para mantener una buena relación, siempre será la confianza y la comunicación. Si ustedes creen que lo más frustrante es cuando tu novia te dice “No sé, elige tú” cuando le preguntas a dónde quiere ir a cenar, no se han topado con un “No sé lo que quiero, pero eso que me presentaste no es” de un cliente. O tampoco han sabido lo que es un corazón roto si, cuando te presentas con una nueva idea para hablar de helado de una manera divertida, la negativa se acompaña con un “Nosotros no somos payasos”.
*sad face*
Es verdad que trabajo es trabajo. Que no todos los clientes son perfectos. Que uno también se equivoca, y feo, y que hay que admitir los errores. Que cada tope con pared es un aprendizaje.
Pero tampoco vamos a negar que llega un momento en que haces un recuento de los daños y te das cuenta de que no hubo propuesta que gustara, pago que ayudara, material del que te sintieras orgulloso. Y del otro lado, peor: no te respetan, no te presumen, no te aprecian, y aun así no te sueltan -o sea: ¿qué pedo?-.
Alguien tiene que dar el primer gran paso, respirar profundo y decir: “Tenemos que hablar”.
¿Quién iba a pensar que trabajar para una marca de asesoría financiera sería más divertido y enriquecedor que una que, digamos, hace helados?
No estaba predestinado, pues.
Se parece tanto al amor…
Se la recomiendo a todos los compas que creen encontrar al Cliente Perfecto con cada nuevo proyecto.
Abril Ambriz Posas
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