Poder tragar y beber todo lo que yo quiera, sin convertirme en una mole amorfa que tenga que caminar con andadera, y sin que tenga que aparecer en un programa de Discovery Channel: ésa era hasta hace poco mi motivación para hacer un poco (muy poco) de ejercicio.
Con ese manifiesto, me inscribí a infinidad de gimnasios en los que pagaba anualidad y sólo iba cuando no me cerraban las camisas. Intenté crossfit; las rutinas de los ejercicios me parecieron una fórmula de álgebra, el único nombre que me aprendí fue burpee y nunca sentí esa descarga absurda de testosterona que me convertiría en una obediente bestia que escala cuerdas y brinca sobre llantas que ya no son las propias.
Creo que mi error estaba en hacer una cosa para lograr otra en donde los beneficios eran completamente distintos. Es decir: quería hacer ejercicio para no engordar más.
En noviembre me invitaron a nadar tres kilómetros. Acepté sin estar listo, más por curiosidad que por convencimiento, y me sumé a una serie de entrenamientos bastante pesados. Después de algunos meses de preparación, el 19 de marzo fue el gran día.
Me divertí, me acompañó mi familia, logré terminar la carrera, quedé en lugar 11 de mi categoría y al final comí chicharrón de pescado como si no hubiera mañana.
Puedo concluir que no sirve de nada llenarse actividades que te hacen infeliz, sólo para poder cumplir con otras. Por ejemplo: un trabajo que odias porque necesitas dinero, una carrera que no te gusta porque tiene futuro asegurado, o formar parte de un grupo de personas que no disfrutas porque quieres ser parte de algo.
Jorge "Yuca" Ávila
Twitter: @yucaavila