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20 abril, 2016 - No Comments!

Piña fresca | Del odio al amor hay 4 patas

Este fin de semana me di cuenta de lo mucho que se ha transformado mi visión respecto a los perros.

Toda mi vida soñé con tener uno como mascota. Sin embargo, me caían mal más de la mitad de las mascotas de mis conocidos. Siempre pensé “si yo tengo un perro, nunca voy a dejar que entre a la casa, el lugar de las mascotas es en un gran jardín”, o “qué insalubre es que tu mascota duerma en tu cama”, o “¿cómo es posible que los dejen subir a los muebles?”, o “¿por qué los abrazan cuando están sucios o mojados?”.

Me parecía ridículo que les pusieran ropa, que los trataran como personas —hablándoles a la espera de una respuesta o asumiendo que la recibían de alguna forma—. Pero claro, moría por tener una mascota, un perro bonito, de raza y claramente educado, por el que tendría que esperar hasta el día en el que viviera sola.

Ese día llegó y, antes de pensar en una mesa, pensé en adquirir uno. En vista de mi poco presupuesto y lo muy caros que eran, consideré la adopción. Realmente no lo pensé mucho: ya había esperado veinte años para tenerlo, así que el primer perrito publicado que vi capturó mi interés; fui por él, lo consulté con mi roomie y lo llevé al departamento. En ese momento comenzó mi aventura hacia lo que realmente es ser responsable de otra vida.

Tenía una mancha chistosa en la boca y le puse Mostacho. Se veía tierno y tranquilo, tenía un buen tamaño y, según esto, no crecería tanto. La realidad fue que en 3 días ya había destruido 2 pares de zapatos de mi roomie, un libro prestado lo suficientemente irremplazable —ingirió la página autografiada por el autor— y una que otra orinada en las camas —en realidad toda la casa—. ¡Ah!, y, bueno, a los seis meses nos dimos cuenta que era talla grande.

Tanto mi roomie como yo trabajábamos y estudiábamos, entonces era complicado educarlo como planeé por tantos años. En más de una ocasión pensé en regalarlo, pero la realidad es que así como nunca esperé que destruyera todo lo que tenía, tampoco pensé que su compañía sería de las mejores cosas que me podrían pasar. Las personas me decían que así son los cachorros, luego se les pasa; y sí poco a poco fue pasando la “edad difícil” y todo era armonía entre él y nosotros.

Por la experiencia que tuve me negué a pasar por la misma etapa de educar a otro perro. Entonces apareció Galleta en mi vida.

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Que se escuchen los "aaaaaawwwww".

Un día normal en la universidad, vi a una niña con una caja de zapatos y con una mirada un poco preocupada. Fui curiosa y le pregunté “¿qué tienes ahí?”. Me dijo “una perrita”. No le creí. Así que insistí y me lo confirmó abriendo la caja y revelando a la cachorra más pequeña que había visto en mi vida. Fue amor a primera vista.

Le pregunté que por qué la traía en esa caja, y me contó que se la había encontrado y que en su casa le habían prohibido conservarla al grado de amenazarla con desaparecerla ese mismo día —no sabemos de qué forma—. Me rompió el corazón, así que no dudé ni un segundo en prácticamente obligar a mi roomie a adoptarla. Él me advirtió de nuestra experiencia con Mostacho, lo medité dos segundos e insistí. La condición final fue que yo me haría cargo de absolutamente todo lo que tuviera que ver con ella y hasta el momento no he roto mi promesa.

La llevé al veterinario y nos enteramos que no tenía ni un mes de nacida y que necesitaría cuidados especiales. Fue lo más semejante a tener un hijo. La primera semana lloraba todas las noches y yo no sabía qué tenía; le daba de comer croquetas diminutas, de beber tenía que darle leche con una jeringa y la única forma en que logré que no llorara fue dejándola dormir en mi cama al lado de mi almohada. Obviamente Mostacho aprovechó y, de repente, ya dormía con dos perros.

El tiempo pasó y sí, volví a vivir la “etapa difícil” de lo cual no me arrepiento ni un segundo. Ahora soy quien abraza a su perro mientras duerme, aun si no está 100 por ciento limpio, la mitad de mis fotos son de ella, le compré un suéter para el invierno, jamás le cerraría la puerta de la casa, hablo con ella, sé que nos entendemos y presumo sus fotos muy orgullosa de lo imperfectamente hermosa que es.

He experimentado lo que es el amor de un perro y hacia un perro. De lo increíble que es tener su compañía. Sigo sin entender a las personas que los maltratan o los abandonan. Aunque no estoy en contra de los perros de raza, creo que no hay perro más fiel, único e increíble que el que adoptas.

Cada que veo un perro vagabundo no dudo en saludarlo, acariciarlo, le pongo un nombre y, si pudiera, lo llevaría conmigo. Eso fue lo que me pasó el fin de semana que conocí a Federica, a la que sólo le di poquito amor y me persiguió por media hora, hasta que me subí al coche. Me rompió el corazón dejarla.

:'(

¡Alguien adóptela por favor!

Es broma. No es cualquier cosa adoptar a un perro, ahora lo sé —y muy bien—, pero creo que con que mejoremos nuestro trato, un poco de agua o una caricia bastan.

Respetemos que son seres vivos que no hacen otra cosa que compartir el mundo a diario con nosotros.

 

Andrea Odelap, “Overlap” pa’ los compas.

Instagram: @andreaodelap

Vimeo: @andreaodelap


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