Venía de desayunar un domingo cualquiera. Traía conmigo la fruta, carne y verduras de la semana. Ale no estaba conmigo, pues se había ido de viaje, así que caminaba solo y quedaban pocas cuadras para llegar a mi casa. Pensaba en aquellos pendientes que aún debía terminar cuando, al cruzar la calle, pude percatarme que un par de señores llevaban cargando una cobija a manera de camilla, con algo de esfuerzo. Atrás de ellos, había una señora afligida y triste.
Aún me quedaban lejos, no podía distinguir muy bien, pero me apené, sentí un poco de miedo y pensé en cambiarme de acera. Pero seguí caminando, pretendiendo que no pasaba nada, aunque a cada paso mis sentimientos se agudizaban. Entonces vi que subieron el bulto a la parte trasera de un coche, y alcancé a ver que era un perro. Casi de inmediato escuché a un niño llorar que estaba recargado en el cancel de su casa, abrazando un osito. Atrás de él había algunos familiares a la puerta, todos con el mismo rostro.
Sólo el niño lloraba y puedo asegurar que nadie se dio cuenta de que pasé caminando: todos miraban fijamente la escena que describo.
Apenas me alejé lo suficiente, empecé a llorar. Recordé lo culero que es ese momento en que deja de existir alguien a quien amas, momento que muchos evitamos, otros odian u olvidan, incluso lo borran, pero que eventualmente nos toca enfrentar. Que a veces preferimos simplemente no mantener vivos.
Sentí muchas ganas de abrazar a aquel niño, sabía que lo necesitaba, tal y como yo lo necesité cuando vi morir a mis perros. Primero fue Candy —una collie—, y el último Tinitus —un schnauzer—, ambos considerados como integrantes de la familia. En realidad no había mucha diferencia con nosotros: comían, jugaban y dormían dentro de la casa, y convivimos durante mucho tiempo. Hace unos años, y por estas fechas, me tocó mi propia escena, únicamente con Tinitus. Después de que enfermara sorpresivamente lo tuvimos que dormir. Por fortuna, pude despedirme, estar con él justo antes de que se fuera y agradecer aquellos momentos chidos, e incluso las mordidas.
Esta nota, o entrada del blog como le llamamos acá en YuJo!, no intenta que ustedes se pongan tristes. Es más: no es una nota triste. Se trata de lo inexplicable que me pareció que, justo ese domingo, a esa hora en la que habitualmente no estoy fuera de mi casa, me encontrara con aquel cuadro que me recordó a mis perros, lo mucho que los quise y cuánto los extraño. Lloré al pensar en ellos, por querer que ese niño se sintiera mejor y sobre todo por lo chido que es estar en compañía de seres queridos, amigos, pareja y familia en general, en esos momentos en los que creemos que estar solos es lo mejor, cuando sabemos que acompañados es siempre la mejor vía para aceptar, entender, superar y atesorar esos encuentros afortunados.
<3
Tito
IG: @titorama